¿Es la movilidad un lujo disfrazado?

La devaluación del peso colombiano continúa afectando el poder adquisitivo de los consumidores, y uno de los sectores donde más se evidencia es el automotor. Sin embargo, más allá de la tasa de cambio, vale la pena preguntarse si los precios actuales de los vehículos nuevos están realmente justificados.




Así como los fabricantes chinos han puesto en entredicho a las marcas de lujo al evidenciar sus márgenes de ganancia desproporcionados, los consumidores colombianos también deberían empezar a cuestionar los elevados precios de los autos, especialmente cuando muchas de sus piezas son tecnologías consolidadas desde hace años, producidas en masa mediante procesos estandarizados.

Hoy, el foco de la industria parece estar en el infoentretenimiento: pantallas táctiles, conectividad y asistentes digitales capturan más atención que la ingeniería del tren motriz o la calidad del ensamblaje. Pero esta tendencia no debería convertirse en una excusa para inflar los precios a niveles que marginan a amplios sectores de la población del derecho a una movilidad digna.

Es cierto que los aranceles y los impuestos influyen directamente en el valor final de los vehículos importados. No obstante, surge una pregunta incómoda pero necesaria: ¿es razonable pagar más de 100 millones de pesos por un automóvil que, en promedio, se deprecia un 40% en solo tres años? Según la firma estadounidense Kelley Blue Book, esta es una tasa de depreciación común para muchos autos nuevos, lo que representa una pérdida de valor considerable en muy poco tiempo.

Con respecto a los vehículos 4x4 y todo terreno observamos que el comportamiento es igual y, camionetas de trabajo terminan costando incluso mucho más que autos deportivos.  En este segmento sin duda el alivio llega de manos Chinas pues están ofreciendo excelentes productos a precios más asequibles que sus competidores internacionales. 

Frente a este panorama, el mercado de vehículos usados se perfila como una alternativa cada vez más atractiva. No solo permite acceder a modelos bien equipados por una fracción del precio original, sino que además pone sobre la mesa un debate urgente sobre el verdadero costo —y valor— de la movilidad en Colombia.


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